Tratar de acercarse para conocer al maestro Rolando Castellón, es un desafío complejo e intenso de asumir, en tanto que para observarlo se debe andar por todos sus caminos, ahí por dónde él anda en el día a día, con sus recodos, atajos, encrucijadas, topografías y cartografías de una ruta que experimenta y donde colecta rastros para construir su obra. Para saber de él, hay que explorar y conocer la diversidad de ángulos de visión y del hacer arte hoy: él es el más genuino instalador que conozco, además, el mejor dibujante de nuestra América; también se distingue por su pensamiento de diseño, y agudo pensador contemporáneo.
Rolando Castellón, "Joyas de pobre", 2011, 54 Bienal de Venecia. Foto cortesía del artista.
Habitante de donde no se sabe
Se vuelve difícil ubicar su procedencia, aunque nació en Nicaragua, él es de todas partes: de Costa Rica, de Portugal, de España, de Japón, ciudadano de los Estados Unidos; Castellón es de ahí donde exista el barro, las cuerdas, las semillas, los ramajes, las espinas, las maderas y cartones, pero también necesita del agua, el aire, el fuego y nada sería sin su humor y el juego. Es de la materia, su materia, y, como los antepasados mayas, su corazón se vuelve cuenco de arcilla que rebasa de poesía, de amor, sensibilidad, sensorialidad, y su capacidad de sorprenderse y sorprendernos por esas visiones muy genuinas del arte de estos tiempos.
Rolando Castellón, Dibujo mural sobre papel. Foto LFQ, 2012.
Contingencia de la deriva
Esa incertidumbre de no saber quién es, de manejar lo incierto de dónde se viene o hacia dónde lo lleva el flujo de la existencia –condición propia de los grandes artistas-, lo mueve a preguntarse ¿cuál es su nombre?, cuando asume muchos: Crus Alegría, quizás Moyo Coyatzin, o “la otra persona”, “el yo como otra persona”, “el hablante conmigo mismo”, o quien es capaz de entablar “la entrevista a sí mismo”, él es ese, el maestro que conocí allá por 1994 cuando la desaparecida Virginia Pérez-Ratton nos llamó a formar equipo para la curaduría del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo de Costa Rica (MADC).
Rolando Castellón, dibujos en blanco sobre negro e instalación. Foto LFQ, 2012.
Castellón afirma que es centroamericano, punto. Es de este istmo, con sus historias de hombres de maíz, de volcanes y ríos, de selvas y escabrosas praderas que cada año azota el huracán y arrecia las aguas desenfrenadas de su condición, de su geografía, de su política, de su historia.
Ahora me cuenta que fue invitado a la Bienal de Arte de Uruguay, pues en la pasada Bienal de Venecia, alguien escribió que él era uruguayo; además, alista maletas para disfrutar de una residencia en Siena, Italia, quizás para andar por esas colinas con sus casonas añosas al lado de olmos, encinas, o quizás robles del Líbano, con sus torres medievales como estandartes que lo sitúan en un mundo que ama, que hace suyo, en tanto la Tierra es una y él es un ciudadano de este planeta.
Rolando Castellón. Obra sobre cartón, cuerdas, objetos. Foto LFQ, 2012.
Curador, artista, creador de espacios
Hoy me invitó a visitar su estudio en Zapote, San José, que es su propio museo donde realiza una muestra de su colección de arte contemporáneo celebrando los 30 Años de ARTEUM –muestra que trataremos en un próximo post-, espacio que en la década de los ochentas desarrolló en San Francisco, California, poniendo en la mira del acontecer a importantes artistas hispanos, chicanos y norteamericanos. Hoy exhibe a algunos de ellos, como parte de su enorme colección instalada con un diseño museográfico también muy propio de su visión del arte actual y un orden muy suyo.
En esta visita hablamos de muchas cosas, entre otros de los tiempos en que trabajamos juntos en el MADC, él como curador Jefe contaba con el apoyo incondicional de Virginia -la Jefa, como le decíamos quienes estuvimos a su lado en esa etapa tan importante para el MADC.
Rolando Castellón. Dos obras matéricas, flores, semillas, espinas. Foto LFQ, 2012.
Hablamos de Mesótica II, itinerante por varias ciudades europeas, entre ellas Madrid, París, Roma, Turín, Amsterdam.
No estuvo al margen de la conversación su estadía en la Costa Oeste de los Estados Unidos, cuando fue curador del Museo de Arte Moderno de San Francisco, director de La Galería La Raza, y la Mary Porter Sesnon Art Gallery, de la Universidad de California, en Santa Cruz, entre tantas otras intervenciones donde forjó esa visión de un arte contemporáneo fogoso, que conceptualiza todo: el espacio, el entorno, la luz, las texturas, los materiales; un arte hecho y mostrado con sencillez, de función lúdica, con alta dosis de desenfado, pero cuestionante, que clava la espina para que se advierta la interrogante ante los grandes asuntos del existir, o ante la incomodidad para con el mismo sistema del arte.
Rolando Castellón. Varias instalaciones en la pared de su estudio. Foto LFQ, 2012.
El disenso castelloniano
El cuestionamiento de Rolando Castellón va más allá del arte, critica la manera de cómo son comercializados los frutos de nuestra tierra: el maíz, el banano, el café, las verduras, las semillas, la comida, todo tiene que moverse con sigilo ante el oscilamiento de los intrincados mercados internacionales; aun somos vistos como “bananas republic”. De ahí el concepto de su instalación con que participó en la 54 Bienal de Venecia 2011, en el Pabellón del Instituto Italo- Latinoamericano (IILA) en el Arsenal, muestra titulada “Entre siempre y jamás”.
Rolando Castellón. Pieza en cartón y dobleces. Foto LFQ, 2012
Castellón expuso la instalación “Joyas de pobres”, con objetos adquiridos o encontrados en el comercio informal de la calle, con alambres retorcidos, latas aplastadas, resortes y otros, en una postura cruda, real, ardiente, para decir que en esos rudimentos del pobre, se congracia cierta dosis de belleza, cuando el artista la encuentra, ahí donde quizás no la hay: el arte de hacer arte de donde no existe, pero es suficiente que pase por su pensamiento depurador, de entendido, que es su principal talento. Si a nuestros antepasados prehispánicos los europeos los sedujeron con baratijas y espejitos, el signo o garfio del arte se les devuelve como el antojadizo boomerang.
Rolando, como diría Adriano en palabras escritas por Yourcenar, “es el catador de belleza que termina encontrándola donde quiera”: en un alfarería rota, en un papel ajado y sucio o que tenga huellas de su existencia. Castellón ama sus materiales: dinero de pobres, barro, alambres, latas retorcidas, objetos encontrados, textiles deshilachados, herrumbre. Elabora su materia a partir del entorno del hombre pobre que hace sus manufacturas, no para vivir, sino para sobrevivir.
Rolando Castellón. Intervención en la pared. Foto LFQ, 2011.
Posible diálogo sobre lo in/probable
A mi pregunta ¿De dónde viene la obra de arte?
Él, de inmediato, y colmado de esa fuerza emotiva que lo mueve, responde: -¡Del corazón!
¡Sí!, le dije, y si tu, Rolando, ¿si tú tienes el corazón de barro?
Entonces, profundo, como es él, agrega: -viene de la música, de la misma locura, del aire, del viento, pero, ¡mi corazón es un árbol!
Hablamos del arte, de las sensaciones, de lo emocional, de las situaciones que encuentra en su andar cotidiano mirando y colectando rastros de su existencia, -que nos recuerda su importante muestra en el MADC, “Rastros-, porque el mundo es como una pantalla donde se van sucediendo las imágenes de una película sin fin, de un continuum donde está todo lo hecho y por hacer.
Su arte es trenzar, ahora trenza los árboles de su jardín, entre su misma especie, que según dice, nacieron solos ahí en ese universo de la naturaleza, -pues, nunca los sembré. También los anuda entre diferentes especies, no importando si son árboles, arbustos, plantas ornamentales, raíces, o hierros que encontró por ahí.
-¡Somos una semilla que se expande!, me dice, mientras ofrece un te de unas hiervas, con el sabor de tres tipos distintos de limones, que explica, orgulloso, provienen de su huerto.
Rolando Castellón. Instalación con obras de varios artistas. Foto LFQ, 2012.
Le interesan los nudos, las cenizas, las espinas, los números, los tejidos, la poesía, los conceptos, las ideas, los catálogos, libros, revistas, postales, tarjetas. El suyo es un arte de encadenamientos, de pensamientos que se reinventan a cada paso. Cree que en la era Maya no se acabará el mundo, se transformará; es seguidor de las hipótesis de la numerología; dice que al 2012, lo sucede inmediatamente el 2013. Vivimos e un flujo de un tiempo de renovación de la cultura, donde todos saldremos airosos y renovados.
Hablamos, además, del arte que nos es arte y nos propusimos como meta crear una revista de arte en situaciones que no siendo arte, se vuelve, que la situación ejerce fuerza y lo hace, al tiempo que nos hace, como aquel grabado de Escher de la mano que se dibuja a sí mima.
-Vamos hacia el conocimiento de una cultura superior, expresa, y concluye que, como fuera en su tiempo esa gran cultura de los Mayas.
Rolando Castellón. Instalación y dibujo en blanco sobre papel negro. Foto LFQ, 2012.
El artista, comentarista y critico del presente
-Tengo el corazón de árbol, me dijo, y mi cuerpo tiene espinas como el pochote, como la ceiba, como el poró. No existe árbol sin tierra, no vive sin agua, sin aire. El agua, aunque es agua, se seca y se quema. Te lo demuestro, dijo y se fue a algún sitio de su taller. Olvidó que me había ofrecido un te y había puesto el agua en el fuego, se secó.
-El agua también se quema, repitió. Trajo el cuenco de metal, donde antes hervía el líquido para mostrarme las figuras que quedan en el fondo; me dijo que él no los lava, aunque le sucede muy a menudo, para mantener el hermoso grabado en el fondo del utensilio, que le sirvió además de escudo al engatillar el obturador de mi cámara.
Rolando Castellón. Mural en proceso dentro de su muestra "Rastros" en el MADC. Foto cortesía del MADC.
-La pintura, prosigue, es como respirar, como vivir. Uno no piensa al hacerla.
-Yo de niño –relata-, tenía un pedazo de pared en la casa de mi abuela destinado a mis pinturas, a hacer mis murales. Solo en ese espacio de la pared, podía rayar, pintar, hacer lo que quisiere; pero además tenía todo el piso de la casa, pues era de tierra; abuela lo barría con una escoba de hierbas y ramas, luego yo dibujaba en él, con el palo de la escoba luego de tirarle agua para convertirlo en lodo.
Agregaba cenizas, espinas de pochote, ramitas, piedritas, doblaba cartones y esa era mi pintura, como las joyas de pobre con que participé en Venecia.
El maestro Rolando Castellón en su estudio Arteum, Zapote, San José. Fotos LFQ, 2012.
En el mismo pabellón de la Bienal, también participó Regina José Galindo de Guatemala, con las calzas de oro que sacó de sus dientes, las usó como otro carácter de joyas instaladas sobre un fieltro en una vitrina; al lado suyo, exponía su obra -similar, por cierto, y también con los dientes recogidos en una clínica de dentista-, del hondureño Adán Vallecillo. Andábamos en lo mismo, quizás por eso nos juntaron en las páginas de los catálogos de la Bienal, y de otro libro que se publicó por ahí, y en artículos publicados en internet; quizás con el signo que se devuelve y que golpea si no se sabe como sujetar.